Wicked: Por Siempre fracasa al traducir el segundo acto del musical al cine, con un guion apresurado y un exceso visual que elimina el matiz y la emoción. Cynthia Erivo es lo mejor del conjunto, pero ni su fuerza actoral salva la falta de profundidad.
Wicked: Por siempre (2025)
Puntuación:★★
Dirección: Jon M. Chu
Reparto: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Jonathan Bailey, Ethan Slater, Bowen Yang, Marissa Bode, Michelle Yeoh y Jeff Goldblum
Disponible en cines
En Wicked: Por Siempre, Jon M. Chu culmina su adaptación en dos partes del musical de Broadway con una secuela que confirma, casi con resignación, que más no siempre significa mejor. La primera película ya mostraba un desequilibrio entre espectáculo visual y construcción dramática, pero For Good lleva ese desfase al extremo: todo luce grande, ruidoso, saturado… y sin embargo casi nada emociona, conmueve o siquiera sorprende. Es una superproducción incapaz de sostener la magia que promete, atrapada entre la grandilocuencia vacía y una narrativa que pierde toda sutileza en la traducción del teatro al cine.
El mayor problema es estructural. El segundo acto del musical siempre fue menos brillante, más burocrático, más preso del destino que todos conocemos. Pero Chu y el guion de Winnie Holzman y Dana Fox no encuentran nunca una manera cinematográfica de darle fluidez a ese material. Las elipsis que en escena funcionan como transiciones naturales aquí se sienten atropelladas, torpes, casi ridículas, como si los personajes tomaran decisiones por impulso o porque el libreto necesita llegar a un punto preestablecido. La película se mueve con inercia, sin un auténtico sentido de progresión: ni emocional, ni narrativa, ni visual.
A ello se suma un enfoque visual que repite el mayor pecado de la primera parte: la opulencia como anestesia. La paleta vibrante, los sets descomunales y el vestuario exuberante, lejos de generar deslumbramiento, producen una extraña apatía. No hay espacio para el misterio, ni para el matiz, ni para el contraste dramático. La secuela insiste en explicarlo todo —el origen del Espantapájaros, del León Cobarde, de la burbuja de Glinda, de los zapatos de Dorothy—, como si la magia de Oz necesitara manual de instrucciones. En ese afán por desmitificar, la película borra la esencia misma del mito.

Lo que es bueno —y lo poco que realmente se sostiene— proviene del reparto. Cynthia Erivo es el corazón de For Good: una Elphaba desgarradora, vulnerable y furiosa. Su interpretación logra transmitir la herida profunda de una mujer rechazada por todos, y su presencia escénica añade gravedad incluso a los momentos más visualmente amorfos. Erivo convierte cada nota en un lamento y cada gesto en un acto de resistencia, pero ni siquiera ella puede compensar la falta de dirección emocional.
Ariana Grande, en cambio, queda atrapada en un personaje al que la película no sabe darle complejidad. Su Glinda funciona en comedia —allí sigue siendo magnética—, pero cuando la historia exige un conflicto interno genuino, la actuación se queda en la superficie. El arco emocional de Glinda debería sostener la mitad de la película; aquí, apenas se insinúa. La idea de una mujer dividida entre su lealtad y su ambición termina reducida a un gesto de indecisión eterna.
Jeff Goldblum, Michelle Yeoh y Jonathan Bailey aportan destellos (a veces inadvertidos) de carisma, pero todos quedan opacados por la saturación estética y la falta de foco narrativo. Las canciones nuevas son sorprendentemente olvidables, y aunque los números clásicos conservan algo de la chispa de Stephen Schwartz, están rodeados de una puesta en escena que los convierte en marcadores, no en momentos de auténtico clímax emocional.

En su peor versión —y For Good llega a tocar fondo varias veces— la película se convierte en una colección de escenas sin urgencia, sin tensión, sin sorpresa. Chu filma secuencias clave con una inexplicable falta de personalidad visual: bosques monocromáticos, interiores rosa pastel, planos medios interminables, cielos color barro donde debería estallar el conflicto moral y político de Oz. La épica se vuelve trámite, la amistad se vuelve fórmula, la rebelión se vuelve museo.
Lo más preocupante es cómo la película trata de coser, a la fuerza, cada elemento del universo de Oz, revelando una obsesión por el “origen” que no añade profundidad sino agotamiento. La magia desaparece cuando todo debe ser explicado.
Y sin embargo, incluso en medio del exceso y la fatiga visual, Wicked: Por Siempre conserva un núcleo emocional que intenta sobrevivir: la amistad desgarrada entre Elphaba y Glinda. Es ahí donde la película podría haber encontrado su verdadero motor —esa relación que define no solo la historia, sino el mito—, pero la dirección la ahoga entre artificios y decisiones apresuradas.
Por Siempre no es solo una secuela desigual: es un ejemplo de cómo la ambición industrial puede pisotear la intuición artística. Hay talento, hay música, hay emoción latente… pero todo queda enterrado bajo un espectáculo que no sabe cuándo detenerse.
Wicked merecía magia; obtuvo ruido.